Composición de la cartera de inversiones de las entidades aseguradoras ante la Covid-19
En los dos años de la crisis provocada por la pandemia los mercados fueron impulsados por diferentes factores. Por un lado, el apoyo de los bancos centrales con elevadas emisiones de dinero, dirigidas a la compra de bonos de gobierno y a determinados bonos corporativos que mantuvieron los tipos de interés de mercado bajos. Por otro, esas emisiones de los bancos centrales, junto con los programas de estímulo de los gobiernos, con la motivación de mitigar la disrupción del funcionamiento de las economías, encuentran su cauce hacia la economía real y también a otros activos. Esto se ha reflejado claramente en la disonancia entre la fuerte valorización de las bolsas y la economía real, que se contrajo en muchos países por las restricciones de movilidad impuestas. Ese flujo ingente de dinero ha alimentado también el aumento de valor de muchos otros activos (y no solo el inmobiliario) y a la ya “emergida” inflación.
En este sentido, y en un análisis comparado de los grandes mercados de seguros globales, se pueden observar las principales partidas dentro de sus carteras de inversiones para distintas economías donde (véase la Tabla 1), de forma amplia, destaca el alto nivel de concentración de las inversiones en renta fija (corporativa y soberana). Esta posición preeminente se explica, en buena medida, por el hecho de que el modelo de negocio asegurador conlleva la necesidad de implementar estrategias de inversión orientadas por el pasivo, con el propósito de lograr un adecuado casamiento en plazo y tipo de interés entre los pasivos asumidos y los instrumentos de inversión que los respaldan.
Tabla 1
Estructura desagregada de las carteras de inversión del negocio tradicional, 2019-2020
(%)
En la última década, el entorno global se ha caracterizado por unas bajas tasas de crecimiento e inflación, en línea con una tendencia secular de disminución del crecimiento potencial, menor productividad y, en consecuencia, un entorno de bajos tipos de interés cuya persistencia ha propiciado un mayor apetito por el riesgo en busca de mayores retornos, aunque bajo un proceso selector respaldado por una regulación más evolucionada.
Si bien, 2020 estuvo marcado por la continuación de esta tendencia, acelerada por las medidas adoptadas por parte de los principales bancos centrales a nivel mundial que ayudaron en gran medida a solucionar los problemas de falta de liquidez en los mercados de bonos, a solventar la amplitud que se abría entre los diferenciales de crédito y en general a garantizar el correcto funcionamiento de los mercados, de manera que las empresas y los estados emisores siguen colocando sus emisiones, con el fin de acceder a la liquidez necesaria para hacer frente a la situación a la que se enfrentan y, lo que es muy importante, para poder refinanciar sus deudas a un coste razonable. El entorno más reciente, caracterizado por unas tasas de inflación más elevadas y persistentes, supone un cambio de sesgo hacia unas condiciones financieras menos acomodaticias, tanto desde el punto de vista de un menor efecto amortiguador de los balances de los bancos centrales como de la presumible menor facilidad crediticia por tipos de interés al alza. En este contexto, cobra especial relevancia el perfil conservador de las inversiones en los balances de las aseguradoras, así como la calidad crediticia de las mismas ya que, a pesar de las presiones sobre los retornos de las inversiones y la mayor diversidad de activos en las carteras, la calidad de las inversiones se ha mantenido e incluso mejorado en un perímetro de escalas adecuado y con tendencia a acumular tramos de mayor grado de calidad, tal como muestra la composición evolutiva europea (véase la Gráfica 3).
Gráfica 3
Calidad crediticia de los bonos (%)